Internet me alimenta el bolsillo y la adicción a “estar conectado”. Por eso cuando el viernes pasado cayó un rayo y me dejó sin servicio, me agarró una sensación de ahogo al sentir que me faltaba algo muy importante. Me di cuenta de que mi ansiedad se disparaba rápidamente conforme pasaban los minutos y el servicio no se restablecía.
Por mi mente todo se había vuelto gris y en mi interior me preguntaba qué iba a ser de mi vida sin Internet. La incertidumbre de no saber cuándo iba a tener conexión nuevamente, se había convertido en una mochila muy pesada como para poder sostenerla yo solo.
En ese momento de crisis y de no saber que hacer, es cuando empecé a preguntarme:
¿Y ahora que hago el resto del día?
¿Cómo respondo los Whatsapp que deberían estar llegando?
¿Cómo sigo trabajando?
¿Cómo busco la información que necesito?
¿Qué habrá pasado en Facebook?
¿Cuándo arreglarán Internet?
¿Y si no lo solucionan en una semana?
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